El sol tiene dos caras: una buena, ya que es fuente de vida y de bienestar; y otra mala, ya que al mismo tiempo puede dañar nuestra piel si no tomamos las medidas necesarias.
Asociamos protección solar al verano. Efectivamente, durante esta estación el sol nos golpea con mayor fuerza y sus efectos también son más visibles: piel bronceada en exceso, quemaduras… Sólo entonces nos ocupamos y preocupamos de proteger nuestra piel. ¡Error!
El sol puede afectarnos durante todo el año, incluso en invierno y en días nublados. Los rayos solares atraviesan las nubes, que no suponen ninguna barrera para ellos. Aunque no percibamos su calor, la radiación nos afecta igualmente. Nuestro consejo es que os protejáis siempre, sobre todo si vuestra piel es muy clara. Las personas con fototipo bajo, de piel clara, son más sensibles al sol y deben aumentar las medidas de protección, incluso evitando el sol si es necesario.
¿Y qué ocurre cuando practicamos deportes de invierno como el esquí?
La recomendación es obvia. Cuando el sol se refleja en superficies como el agua, la arena, el césped o la nieve, multiplica sus efectos. En estos casos la protección es obligatoria en todo momento y bajo cualquier circunstancia. Nuestro protector solar deberá tener el mayor factor posible, preferiblemente SPF +50. No olvidéis que en invierno la piel está, además, más deshidratada de lo habitual. No descuidéis hidratarla diariamente.
¿Por qué es importante proteger nuestra piel del sol? El sol emite radiación ultravioleta en las formas UV-A, UV-B y UV-C. Afortunadamente, la atmósfera terrestre absorbe gran parte de esta radiación. La mayoría de los rayos ultravioleta C no llegan a la superficie de la Tierra. Entre un 5 y un 10% de los de tipo UV-B pueden alcanzar la superficie de nuestra piel. Los UV-A, quizá los más perjudiciales, no sólo llegan en un alto porcentaje (más del 90%) sino que además pueden penetrar hasta la dermis (20% del total). Si leéis detenidamente el listado de ingredientes de vuestra crema solar observaréis que contiene filtros para la radiación UV-A y UV-B, precisamente los que pueden alcanzarnos más fácilmente.
El daño causado por el sol no sólo se manifiesta en nuestra piel en forma de quemaduras… Este daño se va acumulando en el interior de las células de la piel con el paso del tiempo. La radiación alcanza el ADN y es capaz de alterarlo, lo que puede degenerar en complicaciones tan graves como el cáncer de piel. Así que os recomendamos que seáis especialmente cuidadosos con la protección solar.
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